top of page

Mi hermano mayor

Foto del escritor: Casa de BendiciónCasa de Bendición

Un hermano mayor a diez años de distancia es de lo mas parecido a un tío en Alcalá (ni tío ni ná). Sin embargo no ha sido así con el único hombre de mi familia al que puedo llamar “mi hermano mayor”.

 

Cuando era un adolescente y saltaba de la cama para ir a jugar al futbol un sábado de muchos a las 9 de la mañana, no podía esperar ser el tipo más popular en el cuarto que compartía con mi hermano mayor. El interruptor junto a la puerta encendía dos cosas: la luz y la bronca de mi hermano mayor que necesitaba dormir después de patear toda la semana arreglando cosas que ahora son de museo como un fax o impresoras con papel de agujeros en los bordes.

 

He compartido muy poco de mi infancia con mi hermano mayor. El ya estaba metido en un barco de los de verdad cuando yo todavía jugaba en el barro detrás de casa haciendo bajar uno de papel con el agua de los charcos. Antes de que se fuera ya sentía por él un coctel mezcla de admiración, curiosidad y una pizca de temor. En una ocasión vino de permiso y nada mas llegar, mi madre le pidió que me llevase al peluquero. Pasé delante de mis compañeros de clase y de mis vecinos de barrio agarrado del brazo uniformado de mi hermano, el almirante.

 

Por las noches, antes de dormirme, me preguntaba como llegaron todos esos banderines que él puso en el techo de nuestra habitación. Ha pasado medio siglo y aún no se lo he preguntado. Tocaba sus cosas aunque no le gustaba que lo hiciera, la curiosidad es muy poderosa. Le rompí una espada corta de madera que parecía un gladio romano (entonces solo sabía que era una espada). Pasaba horas volando en combate singular entre el spitfire y el messershmitt que estaban sobre la mesilla que separaba nuestros dos mundos. No los podía tocar pero en cuanto se empezaba a vestir para salir yo ya estaba calentando motores.

 

Mi hermano mayor no paraba mucho por casa, creo que era lo mas parecido a un gitano en versión payo. A veces venia de vuelta con un perro de la calle. Mi madre lo sacaba en cero coma igual que Pedro Picapiedra hacia con Dino (el dinosaurio familiar). Esa ausencia de casa me causaba una mayor curiosidad y admiración. ¿A dónde iba? ¿Qué es lo que hacía con sus amigos? Cuando le veía pasar por el barrio con los amigos, siempre me parecía que iban o venia de algún sitio, con prisa o como si llevasen un plan.

 

Mi hermano mayor estuvo casi tres años en la Armada un barco (perdón buque, se dice buque) de los de verdad. Al final de ese periodo, vino de vuelta, pero no a casa. Estaba en un hospital en la sierra. Un lugar llamado Los Molinos. Yo pensaba que era porque el tabaco y el salitre y la humedad del mar le habían afectado. Por aquella época fume mi primer cigarrillo, un Bisonte sin filtro. Mi padre solo tuvo que notar mi olor y mi cara de rostro pálido al llegar a casa. No me pegó, solo me dijo que él ya no tenía remedio y que mi hermano mayor lo estaba pasando mal y que yo estaba a tiempo. Fue mi primer y último cigarrillo y la primera contribución notable y visible de mi hermano mayor a mejorar mi vida.

 

Mi hermano mayor era muy constante en su forma de hacer las cosas, sus rutinas, sus costumbres. Unos lo llaman cabezonería, otros lo llaman constancia. Todos veníamos a casa a comer en el intermedio del colegio o del trabajo. Mis hermanas mayores y yo entrabamos a casa, comíamos en la cocina y salíamos de vuelta al cole o al trabajo. No solíamos coincidir en el tiempo. Pero Tomi siempre comía en el comedor y con mantel.  Nada de plato, mesa y aquí te pillo, aquí te mato.

 

Por la noche veíamos uno de los dos canales de la tele hasta que salía el himno nacional y nos íbamos a dormir. Mi hermano mayor, sin embargo, estaba en la cama mucho antes. Golpeaba la pared de la habitación contigua con el salón cuando la película se liaba a tiros o nosotros echábamos a reír o gritar. Su rutina de sueño era sagrada.

 

Se casó con una chica que siempre iba muy arreglada. No era del barrio. Las chicas del barrio tenían un concepto de eso de arreglarse más limitado. Salían los dos con los amigos de mi hermano y sus parejas. Iban a sitios que no conocía. Un lugar llamado Tielmes o un sitio llamado Benicasim, de donde venían con un vino dulce que estaba genial. Lo de beber por debajo de los 18 estaba mejor considerado que ahora. Quizá porque solo bebíamos en casa y en presencia de nuestros padres y hermanos mayores.

 

Yo también me casé. Dejamos de vernos. Ya antes de casarme, mi vida había dado un cambio empezando a creer en Jesús de una forma entonces diferente a la que me enseño mi madre pero que en lugar de separarme de ella me ha acercado más a ella y me ha enseñado lo importante de lo que ella me enseñó sobre Dios. Mis hermanas habían sido las instigadoras de todo este cambio. Poco a poco, empezando por Paloma y luego Pili, yo y Mamen fuimos entrando en esta onda. Mi hermano mayor no estaba para nada en esto (nada raro entonces), estaba en el punto contrario, como lo de comer al llegar a casa al mediodía. Fue un tiempo de broncas dialécticas, ideológicas, religiosas, espirituales, personales, etc, etc.

 

Una noche Karen y yo nos quedamos tirados en el parking de la estación de Coslada donde vivíamos. En seguida pensé en la persona a quien siempre he reconocido como un tipo habilidoso y con recursos. Mi hermano mayor nos ayudó a arrancar el coche. Mientas que nuestro coche cargaba la batería, mi cerebro se cargaba de lo último que había estado pasando por la vida de mi hermano mayor. Leía libros de un tal J. J. Benítez y hablábamos de Jesús sin la bronca habitual. Habían desaparecido las consignas, las trincheras y los clichés de nosotros dos. Afortunadamente, nuestra guerra de religión duró menos que la de los treinta años.

 

Mi hermano mayor siempre me ha precedido en todo. Siendo un niño, se enfrentó al choque cultural al venir a Madrid con su acentazo gallego del que los compañeros se reían en el colegio. Muchos años después yo hice mi primer viaje a Inglaterra con mi mal inglés del instituto. El paleto español. Mi suegra se reía de mis meteduras de pata con el idioma pero sin la malicia de los niños del colegio de mi hermano mayor.

 

He sabido de lo que es ser padre escuchándole a él hablar de sus hijas, haciendo convivir el orgullo y la frustración en sus palabras. Veo en las dos algo de él al tiempo que ambas son tan distintas. Es bueno que nuestros hijos no sean copias nuestras y nos mejoren. Maria es prudente y sabiamente callada y habla cuando tiene algo que decir. Nada de hablar por hablar. Lourdes es el latiguillo intranquilo que veía en mi hermano mayor siempre metido en algo, siempre en camino a algún lugar.

 

Me gusta hablar de nietos con mi hermano mayor. Es algo tierno, divertido y muy gratificante. Para mi es un capitulo muy novedoso. Él ya está licenciado en eso, igual que se licenció en la Marina antes que yo en el Ejercito.

 

Quiero ser cabezón o constante como mi hermano mayor. Enfrentando la vida con ganas cuando no se presenta como la querías haber tenido. Quiero tener la suficiencia ánimo que pervive en él cuando las noticias no gustan. Quiero ser fiel a mis principios y mis creencias como él, no solo ahora cuando coincidimos sino también cuando vivíamos en la bronca y él estaba tan convencido de tener razón como lo está ahora.

 

Jamás seré mi hermano mayor pero siempre estaré encantado de parecerme a él, como cuando me dicen que mi forma de andar se parece a la suya. Él es el original y yo la copia.

 

Gracias hermano mayor.

Oscar



 
 
 

コメント


Contáctanos:

Enviar un mensaje

Dónde estamos: 

Calle Esfinge 19, 28022, Madrid, España

 

 

© 2014 por Johnny Bärnreuther

bottom of page